Vivir en una ciudad grande te obliga en numerosas ocasiones a hacer uso del transporte público para desplazarte a lugares a los cuales debes acudir asiduamente como puede ser tu trabajo o tu centro de estudios. Durante el tiempo que transcurre hasta llegar a tu destino miras a tu alrededor y compruebas cómo otras personas están en tu misma situación, intentando pasar ese rato de la manera más rápida posible. Quizás lo más sorprendente cuando el autobús está lleno de niños y mochilas un día de diario es la poca atención que algunos progenitores les prestan. ¿Qué nos está pasando?
Un niño mantiene una tranquila conversación con su padre cuando, de repente, el móvil de este señor emite un sonido que le alerta de que ha recibido un mensaje, este ha llegado a alguna de las aplicaciones que tiene instaladas en el dispositivo. Puede ser que la contestación requiera inmediatez pero, ¿siempre? El padre coge su móvil y comienza a teclear a toda velocidad bajo la atenta e inquieta mirada de su niño. Pasan unos minutos y el padre continúa realizando esa ardua tarea consistente en el envío de mensajes. Como es de esperar el niño comienza a tirarle de la chaqueta para llamar su atención. Resulta curiosa la escena: un ser humano al cual te unen lazos afectivos y un vínculo familiar pasa más desapercibido para ese padre que un cacharro tecnológico con luz y sonido. ¿No es muy normal verdad?
Al bajar del autobús camino rápidamente para llegar a mi destino. No está muy lejos de la parada pero sí lo suficiente como para cruzarme con un niño pequeño de apenas un año y medio de edad que, a pesar de caminar aún con cierta dificultad, demuestra un gran manejo de un dispositivo electrónico conocido como tableta. Su madre también prestaba más atención a su móvil o teléfono inteligente, como se llaman ahora, antes que a su hijo el cual, por cierto, se iba a tropezar con un escalón y a saber dónde acabaría la tableta con dicho niño acoplado a ella.
Lo expuesto anteriormente refleja dos ejemplos pero no los únicos puesto que son muy comunes. Dos situaciones que demuestran lo que se está descontrolando este mundo en el que vivimos. Un mundo tan tecnológico, tan globalizado, tan creador de seres absolutamente dependientes de unos aparatos que, al paso que vamos, terminarán haciendo uso de esas neuronas que tenemos y que ponemos gran parte del día a su servicio. Un mundo poblado por unos seres que están diseñados para vivir por sí mismos, prestar atención a su entorno y relacionarse con él y que, sin embargo, prefieren centrarse en una pantalla de 4, 5, 6 o más pulgadas. Si hemos llegado hasta aquí, ¿qué más nos queda por ver? ¿Hasta dónde será capaz de llegar este desorden humano?
B.