En determinadas ocasiones tenemos un pensamiento recurrente el cual comienza a parecer muy frecuentemente en la realidad a lo largo de un periodo indeterminado de tiempo. Imaginemos la siguiente situación: durante un par de semanas, las cuales han coincidido con el inicio del verano, en nuestra mente se han sucedido de manera continuada ideas que tenían que ver con las insolaciones. A continuación hemos empezado a ser receptores de múltiples noticias que versan sobre distintos casos de personas afectadas por los golpes de calor. ¿Alguna vez os ha ocurrido algo similar? Yo ya os digo que a mí sí. La última vez que esto me sucedió se debió a una imagen que aparecía constantemente en mi cabeza y esa imagen fue la que dio nombre a este artículo.
Como ya habréis imaginado he leído bastante acerca del tema y he visto algunos vídeos sobre el asunto que nos ocupa. Después de procesarlo mentalmente (esto es muy importante, por cierto) durante unos días llegué a la conclusión que sigue: la zona de confort es aquel espacio que te rodea en el que te desenvuelves habitualmente y al cual ya te has adaptado. Por este motivo en ella te encuentras tranquilo y sin otras metas más allá que continuar en ese estado que comúnmente denominaríamos como ¨ver la vida pasar¨, es decir, mostrándonos indiferentes ante diversos acontecimientos u oportunidades. Muchos a simple vista, y después de leer la definición dada, pensaríais que esto es genial y que ojalá se pudiese estar así mucho tiempo. Otros, entre los que me incluyo, probablemente veríamos este planteamiento de vida como un fastidio no solo a largo plazo, también a medio e, incluso, a corto. Pero, ¿por qué digo esto?
Pues bien, si se permanece en este modo durante un tiempo prolongado se cae en el problema de estancarse en la evolución personal, en el aprendizaje, en el crecimiento tanto personal como profesional. De hecho se han establecido distintas etapas por las que va pasando, o puede pasar, el ser humano: la de confort anteriormente mencionada, la siguiente es la de aprendizaje que, a pesar de estar cerca de la anterior, nos permite hacer más amplia nuestra visión de otras realidades y adquirir más conocimientos, seguidamente está la zona de pánico esa en la cual es todo desconocido y la que más miedo nos ocasiona: ¿saldrá bien? ¿Tengo tanto que arriesgar? Vale, es comprensible que estas dudas afloren en tus pensamientos pero, ¿y si sale bien? ¿Y si arriesgas pero ganas? No te centres en el pensamiento negativo, es cierto que hay que ser realista pero en ocasiones eso no es suficiente, y hay que dejarse guiar por otros instintos como la ambición. Porque, ¿y si pierdes y aprendes?
Por ello encuentro muchos motivos para salir de la zona de confort y de aprendizaje y llegar hasta ese ¨pánico¨ para enfrentarnos a nuestros miedos, a nuestras preocupaciones y así conseguir crecer, evolucionar. Superarnos a nosotros mismos porque, dicho sea, no hay nada más satisfactorio que conseguirlo. Además, esto supone una motivación personal. El momento es ahora, no lo dudes, hazlo.
Por último mencionar que salir de la zona de confort no significa perder lo que hay en ella. Todo aquello que hemos construido gracias a esa zona de bienestar permanece y una de estas cosas son todos los vínculos establecidos. Y es que cambio es desarrollo pero no es pérdida de los pilares. Al fin y al cabo piensa que esa zona de confort te ha proporcionado ser lo que hoy eres. Es más, esa zona de confort no lo fue en un principio, cuando eras un bebé descubrías cada día nuevas cosas que significaron aprendizaje, pero en ese periodo ese era el nivel de aprendizaje que requerías. Has crecido y, por lo tanto, el modo de conseguir nuevas metas tiene que cambiar. En mi opinión, siempre hay que ser un niño pero adaptándose a cada etapa que nos toca vivir. Eso sí, a pesar de las circunstancias que pueden ser más o menos favorables (aunque las positivas sin duda ayudan mucho), sin perder la sonrisa nunca porque un niño que sonríe es un niño feliz y eso debes de ser tú.

B.