Hace una semana que estuve visitando la exposición sobre Camilo José Cela en la Biblioteca Nacional de España. La misma puede ser visitada por usted hasta el 25 de septiembre de este año 2016 y es muy recomendable, por cierto. Además tiene lugar con motivo del centenario del nacimiento de este autor nobel. Bien, uno de los escritos que allí se exponían y se comentaban que más atrajo mi atención fue el Dodecálogo de deberes del periodista. Este dodecálogo se resume en algo fundamental a la hora de abordar la labor comunicativa: la objetividad. Esto no quiere decir que no haya momentos en los cuales un periodista pueda escribir desde su punto de vista, argumentando unos hechos de acuerdo a sus propias ideas. Sin embargo, últimamente se tiende a esto último en la mera transmisión noticias. Noticias que, por otra parte, nunca deberían perder esa objetividad.
DODECÁLOGO DE DEBERES DEL PERIODISTA
Son varios los supuestos de los que ha de partir el periodista para el buen ejercicio de la profesión y creo que quizá pudiéramos expresarlos en un dodecálogo de deberes, en una docena de mandamientos que, a mayor esfuerzo, bien pudiéramos haberla estirado. Probemos a hacerlo, diciendo lo que paso a decirles.
El periodista debe:
- Decir lo que acontece, no lo que quisiera que aconteciese o lo que imagina que aconteció.
- Decir la verdad anteponiéndola a cualquier otra consideración y recordando siempre que la mentira no es noticia y, aunque por tal fuere tomada, no es rentable.
- Ser tan objetivo como un espejo plano: la manipulación y aun la mera visión especular y deliberadamente monstruosa de la imagen o la idea expresada con la palabra cabe no más que a la literatura y jamás al periodismo. (Advierto que uso el primer adjetivo en la acepción, para mí todavía viva, que la Academia se apresuró-y pienso que también se precipitó- a considerar anticuada).
- Callar antes que deformar: el periodismo no es ni el carnaval, ni la cámara de los horrores, ni el museo de figuras de cera.
- Ser independiente en su criterio y no entrar en el juego político inmediato.
- Aspirar al entendimiento intelectual y no al presentimiento visceral de los sucesos y las situaciones.
- Funcionar acorde con su empresa -quiere decirse con la línea editorial- ya que un diario ha de ser una unidad de conducta y de expresión y no una suma de parcialidades; en el supuesto de que la coincidencia de criterios fuera insalvable, ha de buscar trabajo en otro lugar ya que ni la traición (a sí mismo, fingiendo, o a la empresa, mintiendo), ni la conspiración, ni la sublevación, ni el golpe de estado son armas admisibles. En cualquier caso, recuérdese que para exponer toda la baraja de posibles puntos de vista ya están las columnas y artículos firmados. Y no quisiera seguir adelante –dicho sea al margen de los mandamientos- sin expresar mi dolor por el creciente olvido en el que, salvo excepciones de todos conocidas y por todos celebradas, están cayendo los artículos literarios y de pensamiento no políticos en el pensamiento actual, español y no español.
- Resistir toda suerte de presiones, morales, sociales, religiosas, políticas, familiares, económicas, sindicales etc. Incluidas las de la propia empresa. (este andamiento debe relacionarse y complementarse con el anterior).
- Recordar en todo momento que el periodista no es el eje de nada sino el eco de todo.
- Huir de la voz propia y escribir siempre con la máxima sencillez y corrección posibles y un total respeto a la lengua. Si es ridículo escuchar a un poeta en trance, ¡qué podríamos decir de un periodista inventándose el léxico y sembrando la página de voces entrecomilladas o en cursiva!
- Conservar el más firme y honesto orgullo profesional a todo trance y, manteniendo siempre los debidos respetos, no inclinarse ante nadie.
- No ensayar la delación, ni dar pábulo a la murmuración ni ejercitar jamás la adulación: al delator se le paga con desprecio y con la calderilla del fondo de reptiles; al murmurador se le acaba cayendo la lengua, y al adulador se le premia con una cicatera y despectiva palmadita en la espalda.
También estoy leyendo Cartas Marruecas (J. Cadalso) pues hace tiempo que sentía curiosidad por este libro y esta curiosidad se avivó cuando uno de los temas de una asignatura de la Universidad versaba sobre él. Cuando tuve el libro entre mis manos y comencé su lectura, como siempre, subrayé aquellos enunciados que me resultaban (y resultan) más destacados por la razón que sea. En este caso les voy a adjuntar uno de ellos:
CARTA II. GAZEL A BEN BELEY
¨¿Sabes tú cuántas cosas se necesitan para formar una verdadera idea del país en que se viaja? (…) He hallado tanta diferencia entre los europeos que no basta el conocimiento de uno de los países de esta parte del mundo para juzgar de otros estados de la misma. Los europeos no parecen vecinos (…)¨
¿Qué se nos propone como idea fundamental (omitiendo el contexto en que se plantea)? Anima a conocer a fondo un asunto antes de hablar sobre él. ¿Por qué? A medida que nuestros conocimientos aumentan sobre un particular, estos nos permitirán juzgar con un mayor criterio y construir nuestras opiniones. Por otra parte y uniéndolo con el dodecálogo propuesto por Cela, debemos de ser conscientes de que si no se conocen esos datos objetivos, si no se conoce la verdad neutral, posteriormente no se podrá elaborar una crítica de cosecha propia, ya que permanecerá influenciada por anteriores opiniones ya vertidas sobre las supuestas informaciones imparciales.

Y esta objetividad de la que hablo es realmente complicada encontrarla últimamente. Ya no solo en los periódicos, programas de informativos…también en libros empleados en centros educativos de cualquier nivel, desde Educación Primaria hasta la Universidad. No dudo de que cada docente tenga sus propias ideas acerca de un asunto concreto pero, para explicarlo al alumno, debería adoptar una postura ecuánime. Tanto el docente como los libros que emplea. No obstante, claro está que cada editorial se encuentra vinculada, por lo general, con un grupo editorial, y por tanto, con una línea definida. Como se pueden imaginar todo esto (y por lo general, insisto) lleva al mismo camino: a la verdad contada por agentes no objetivos.
Los estudiantes no tienen la culpa de aquello en lo que se está convirtiendo el panorama. Tienen derecho a disfrutar de una educación no contagiada de determinados juicios, sean del signo que sean. Sin olvidar, por supuesto, que un estudiante, a pesar de que se asocia a una persona cuya edad comprende desde sus primeras etapas de la vida hasta su juventud, puede encontrarse en cualquier rango de edad. Si existen las Universidades a distancia, por ejemplo, o Universidades de la vida, es un hecho que nos demuestra que una persona, independientemente de su edad, ocupación, obligaciones familiares etc. puede continuar formándose en el campo que desee. Sin embargo, la no asistencia a un centro educativo no implica el hecho de no poder continuar adquiriendo conocimientos.
Por todos los motivos presentados consideraba importante escribir un artículo que contemplara este particular. Aunque se han descrito dos ámbitos solo, la lista es larga. Si bien es verdad que no todo es blanco o negro y que hay muchos tonos de gris, lo que también es igual de cierto es que se suele tender hacia un lado u otro de la balanza. Desde mi experiencia observo que se bascula más hacia la parcialidad, aunque no siempre es así, menos mal. ¿Cómo lo ve? ¿Gris claro o gris oscuro? Yo me quedo con las transparencias.
B.
El problema estriba en que cuando el interés económico del medio donde trabaja el periodista colisiona con la deontología periodística y con este dodecálogo del periodista, ¿quién ganará? Cuando en una sociedad los valores de la ganancia material están muy por encima de la ética personal y colectiva, ¿qué posibilidades tiene el periodista de continuar en su empleo si se atiene estrictamente a ambos códigos? (Esto vale para el periodista y para cualquier otra actividad, oficio o empleo dependiente de terceros)
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Buenos días Jaime,
Efectivamente estoy de acuerdo con tu comentario. Actualmente, hablando del campo de las comunicación, es difícil encontrar medios libres en los cuales se pueda ejercer la labor periodística siguiendo las pautas de este dodecálogo de Cela. Sin embargo, si un periodista trabaja en un medio que sigue las líneas de su ideología, aunque no sea este imparcial como le correspondería, no estaría traicionando, digámoslo así, su ideario. Por el contrario sí maquillaría la realidad o al menos la llevaría su terreno, por ejemplo, dando más relevancia a noticias que le sean más afines. Lo último que queda es sopesar la situación en la que nos encontramos (tanto el periodista, como el crítico literario o el médico) y decidir de esta manera lo que será mejor para nosotros, a pesar de que eso suponga no corresponder como se debería a la sociedad. ¿Defiendo esta postura? No y no me gustaría que se actuase así. Sin embargo, y dada la situación (económica, principalmente), sí la entiendo.
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