A nadie se le escapa que cada vez están más cerca las fechas navideñas. No lo digo por el hecho de que al mirar el calendario nos demos cuenta de que cada vez quedan menos días para el 24 de diciembre, si no porque al ir al supermercado observamos (desde casi finales de octubre) una decoración navideña, unos dulces propios de la Navidad que ya llevan en oferta semanas y escuchamos que el hilo musical reproduce canciones como: Campana sobre campana o Los peces en el río. Grandes éxitos, oiga. El resto de superficies comerciales quizás se unen un poco más tarde a esta tendencia navideña pero tampoco aguantan mucho sin mostrar ese escaparate de renos, algún que otro papá Noel, unos cuantos gorritos rojos en los maniquíes y, en el mejor de los casos, encontramos algún belén. No obstante, me gustaría pensar que los niños en el cole comienzan a preparar la Navidad con sus profesores un poquito más tarde que nada más regresar de las vacaciones del verano.
Todo lo descrito en el párrafo anterior no está pensado para animarnos a sacar nuestra mejor sonrisa estos días o para implicarnos en ayudar a los demás, ¡ojalá! Pues si así fuese, por mí se podría mantener tal decorado todo el año. Sin embargo, estas estrategias se dirigen a un único fin: potenciar el consumismo.
Si consultamos el Diccionario de la Lengua Española (DLE), en él leemos que el consumismo es una tendencia inmoderada a adquirir, gastar o consumir bienes, no siempre necesarios. Con esto no quiero decir, por supuesto, que no tengamos que acudir a los establecimientos para tener aquello que necesitamos en nuestro día a día porque no es lo mismo ser un consumidor que un consumista, señores. ¿Cuándo una persona se da cuenta de que es consumista? Veamos, ¿alguna vez ha salido de una tienda con una sonrisa enorme después de realizar su compra, simplemente por el hecho de tener un objeto más para su colección particular de elementos no necesarios en su vida en ese momento? Este es un ejemplo aplicable a distintos bienes, esto es, electrodomésticos, mobiliario, alimentación, ropa…en fin, a un montón de cosas. Pero si los adultos son así, ¿qué comportamiento presentan los niños?
Resulta que para escribir las cartas a los Reyes Magos o a Papá Noel (yo solo llegué a escribirlas a los Reyes Magos, Papá Noel no estaba todavía en auge) un folio se les queda pequeño y necesitan más espacio. La mayoría no emplean ese espacio mencionado para hacer un repaso de su comportamiento durante el año, de su relación con sus familiares y amigos o de su agradecimiento por las cosas que les trajeron el pasado año, la mayoría de los pequeños lo utilizan para hacer una lista interminable de juguetes. ¿Por qué? Porque el niño que no tiene ni una consola de última generación ni el muñeco más extravagante del mercado siente envidia de aquel otro que sí posee todo esto. Mi pregunta es: ¿dónde se quedaron aquellos regalos de una muñeca, un balón, una comba y similares? Si cuando dicen que los niños de hoy en día nacen con un ordenador, una tableta o un móvil debajo del brazo, es por algo, señores.
No creo que la culpa sea de los niños. Los niños se educan. Yo no tengo ningún trauma por haber estado toda mi infancia sin Play, sin Tamagotchi, sin Wii…en su momento repetía incansablemente durante días que quería tener un aparatejo de esos, sin embargo, lo más electrónico que llegué a tener entre mis manos fueron un par de cajas registradoras de las cuales: la primera de ellas solo emitía el sonido del escáner y las cuentas las hacía yo, primero con el lápiz y después ya mentalmente, y la segunda de ellas ya tenía calculadora incorporada para sumar, restar, multiplicar y dividir. Les aseguro que las matemáticas me encantaban, aunque finalmente las Humanidades aparecieron en mi vida. Es más, si algo tengo que agradecer ahora diría que son esas rabietas que tuve, crecer sin esas máquinas ha hecho que nunca me llamen la atención ni ellas, ni los juegos de ordenador y, fíjese, ni siquiera el famoso Pokémon Go del verano 2016 (ya casi no se usa, ¿no?) y mira que me gusta el ejercicio aeróbico, pero chocarme con las farolas por llevar un móvil delante de la cara, la verdad es que no me atraía.
Con todo esto quiero decirles que traten de buscar el sentido de estos días, y de los del resto del año, no en lo material, más bien en lo personal. Además, busque la manera de proyectar esa imagen a su alrededor, quizás soy demasiado optimista pero, ¿y si se contagiase ese espíritu? Por otra parte, ¿qué pasaría si en vez de tantas luces encendidas, tantas ofertas y tantos regalos, encendiésemos el corazón de cada persona? No suelo hablar ni escribir con metáforas; de hecho, muy pocas o ninguna habrán leído hasta ahora en este blog pero cuando la ocasión merece tal figura literaria no está de más emplearla. Además, no me podrán decir que es un mal reto, ¿verdad?
B.
Justo hoy pensaba sobre las protestas que se producen cuando por algún motivo un comercio no puede abrir en una determinada fecha (por ejemplo, por decisión política). Se suele argumentar que eso afecta a las ventas. Por tanto, damos por hecho que una parte de las ventas son productos superfluos, porque su fueran de primera necesidad se buscaría otro día para adquirilos. Con esto quiero decir, amiga Belén, que el mensaje consumista ha calado tanto en la población que resulta imposible entender unas fiestas que deberían ser austeras por definición (cuestiones cristianas), sin un gasto absolutamente desmesurado y que seguro va en contra del mensaje religioso que las motiva.
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