“Siempre fuertes” era el lema que Pablo Ráez (D.E.P.) nos transmitió en cualquier entrevista que le hacían y veíamos a través de las pantallas de la televisión o del ordenador o bien la escuchábamos a través de la radio. Por supuesto que lo mismo reflejaba en sus redes sociales. Asimismo estoy convencida de que lo mantuvo hasta su última respiración, aplicándolo así a su día a día no tan solo ante las cámaras o los micrófonos. Pero, ¿a qué se refería Pablo?
Para mí este chico fue un ejemplo de superación. Le dediqué una entrada en septiembre de 2016 (ENLAZAR) y como tras su fallecimiento continúo recordándolo, hoy me parecía un buen momento para traerlo a la memoria de cada uno de ustedes. Veinte años tenía y no lo parecía. Supongo que a todos nos llega un momento en el cual, independientemente de nuestra edad, debemos transformar algo en nuestro interior para poder afrontar una nueva situación ardua, peliaguda, imprevista, dolorosa, impactante… El caso de Pablo así fue. Pablo siempre acompañaba su lema de un gesto, una flexión del codo que hacía que se viese el bíceps en primer plano, ese bíceps que un día tuvo muy fuerte gracias a sesiones intensas de entrenamientos y a su constancia. Sin embargo, cuando estuvo enfermo ese bíceps continuó, quizás no tan prominente muscularmente hablando pero psicológicamente se hizo de hierro.
Es realmente complicado que nuestra mente dé un giro completo de la noche a la mañana (cuidado porque nuestros pensamientos no son lo mismo que los acontecimientos), es más, debe existir algún impulso que motiva el cambio, bien sea por un hecho que parte de nosotros o de nuestro entorno pero que, en cualquier caso, tan solo depende de nosotros esa transmutación. Se suele decir que ningún mar en calma hizo experto al marinero y cuánta razón encierran esas palabras. Adversidades las llaman y son temidas por todos, especialmente si nos afectan a nosotros directamente. Ese momento en el que empezamos a sentir miedo, vulnerabilidad, parálisis… ¡ay! ¡Lo desconocido! Pero, ¿solo eso? ¿Y si no es tan desconocido?
Jorge Luis Borges, El Aleph:
“-¿El Aleph? – repetí.
-Sí, el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos (…).
-Iré a verlo inmediatamente (…).
-Claro está que si no lo ves, tu incapacidad no invalida mi testimonio…Baja (…).
Cumplí con sus ridículos requisitos; al fin se fue. (…). Cerré los ojos, los abrí. Entonces vi el Aleph. (…) ¿Cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca? (…) Temí que no quedara una sola cosa capaz de sorprenderme, temí que no abandonara jamás la impresión de volver. Felizmente, al cabo de unas noches de insomnio, me trabajó otra vez el olvido.(…)”
Según este cuento de Borges, El Aleph es ese lugar donde están todos los del orbe pero, ¿tú conoces tu “Aleph” particular? Cada uno de nosotros tiene un interior infinito, no sé si a lo largo de la vida puede llegar a descubrirse porque, además, este puede ir modificándose con el paso del tiempo. ¿Se imaginan un punto desde el cual pudiésemos observarnos objetivamente cada uno a sí mismo? ¿No sentirían curiosidad, al menos, por lo que allí pudiesen encontrar? ¿O miedo tal vez? Considero que todos podemos acceder a ese “Aleph” personal si nos lo proponemos pero, claro, las ganas no pueden faltar. Por otra parte, los infortunios, esos obstáculos que aparecen a lo largo de nuestra trayectoria vital, contribuyen a que nos conozcamos más a nosotros mismos. Nuestra imagen exterior nos la puede revelar cualquier fotografía, cualquier reflejo en el espejo… sin embargo, ¿qué hay de nuestro interior? Posiblemente Pablo Ráez jamás imaginó que pudiese llegar a tantas personas pero así fue. No solo las donaciones de médula ósea se incrementaron en un porcentaje muy elevado, sino que también la población se concienció de esa realidad que existía y continúa hoy en día. Sin embargo, ¿por qué Pablo nos llegó tanto? Él tuvo que ser fuerte y podría no haberlo hecho. Ser fuerte no fue una obligación para él ni para nadie, ser fuerte es un modo de vida, un modo que Pablo asió para enfrentarse a la realidad que tenía delante. Todos en él vimos esa fortaleza, cualidad que supo transmitir porque, a pesar de todo, jamás Pablo no se dio por vencido. Nunca, en ningún momento.
Por otro lado, todos nos inclinamos en algún momento a ese olvido que felizmente sufre el protagonista de El Aleph. Y, ¿por qué sugiero esto? Es sencillo: cuando los contratiempos nos descubren debilidades nuestras, a veces (y especialmente si el problema termina resolviéndose) decidimos ignorarlas porque, ¿para qué molestarse? Y ese es el problema. Todos tenemos permitido darnos cuenta de nuestros errores, de nuestras flaquezas, de una necesidad de cambio de actitud en un momento complicado…pero, ¿cuántos se atreven realmente a enfrentarse a aquello que he mencionado?
Ojalá que todos nos enfrentásemos a ese “Aleph” interior y completo, es decir, a nuestras partes positivas, permitirnos disfrutar de ellas y que, asimismo, disfruten con ellas; y también a esas partes que están más en la penumbra y que no queremos ni siquiera iluminar para comprobar cuánto polvo han acumulado. Ahora bien, déjame que te diga que la más fea oruga consigue transformarse en una preciosa mariposa y, por tanto, tus partes más ocultas pueden ofrecerte y ofrecer al mundo, si se pulen, una belleza espectacular. Por tanto, si todavía no ves algún tesoro en ti, tal vez tienes que pasearte por tu sótano y, quién sabe, ¿tropezarás con alguno? No es tarea fácil, de lo contrario, muchos ya lo habrían hecho y probablemente lo que aquí te estoy contando no tuviese apenas sentido pero esto lo tiene y, por ello, te planteo lo siguiente: ¿te atreves a descubrirte? Espero que te anime a hacerlo el hecho de recordar que la recompensa será extraordinaria.
B.©